El
daño que Daniel Scioli le causó a Cristina Kirchner cuando confesó que
si ella no consigue otra reelección él pretende ser candidato a
presidente en 2015 fue doble. Abrió con tres años de antelación la
disputa sucesoria y precipitó una discusión constitucional que, hasta
ese momento, se mantenía larvada. Desde hace tres semanas, el
kirchnerismo se ha visto obligado a convertir la reforma de la
Constitución en un eje de su política.
El debate replicará el método adoptado para la ley de
medios. La izquierda oficialista programa foros y conferencias a lo
largo del país, para hacer ver la necesidad de consagrar en la ley
suprema las transformaciones de los últimos años. La consigna es no
hablar de reelección, aunque algunos la defiendan. En las horas de
optimismo, esos centuriones imaginan que el año próximo habrá elecciones
de constituyentes junto con las parlamentarias. Si no alcanzan esa
meta, confían en que esas parlamentarias sean tan buenas como para
alcanzar, con algunas negociaciones, los dos tercios de ambas cámaras.
Para una lectura convencional, esta construcción es un
ardid. Es decir, las consignas programáticas serían la máscara detrás de
la cual, llegado el momento, la señora de Kirchner contrabandeará un
permiso para volver a postularse. Pensar así puede ser superficial. Este
proceso tiene motivaciones ideológicas que no quedarían satisfechas con
un cambio instrumental. Quienes lo impulsan proponen, en sus palabras,
"cambiar la matriz jurídica de 1853". La estrategia sería, entonces, la
inversa de la que el peronismo llevó adelante en 1994. En aquel momento
se blindó el articulado dogmático para cambiar algunas disposiciones
instrumentales. Para los nuevos reformistas esa receta significó una
condenable subordinación de la política al mercado. Ahora el objetivo es
romper el molde liberal de la Constitución. Al lado de esa conquista,
la reelección es accesoria.